Desnudas casi, y deslumbrantes, reúnen en sus cuerpos la cultura tupí-guaraní y su veneración de la selva con una de las fiestas más celebradas del occidente judeo-cristiano: el carnaval.
De él tiene la fecha, la duración, el sentido y la liberalidad, de aquí la hermandad con la naturaleza: se expresa en fabulosas mujeres-pájaro que, como toda criatura natural, muestran su desnudez como el mejor ropaje.
Sus trajes aportan los colores, los tornasoles y la abundancia suntuosa de la foresta, rizados con barrocas y palaciegas volutas, bordados con piedras o con perlas, resabios de un Viejo Mundo que apenas atina a confundirse aquí entre alas, colas, penachos, tobilleras, muñequeras, taparrabos y alguna que otra pezonera.
Una pasista de la comparsa Sapucay
Pasista de la comparsa Ara-Berá
La preparación de los trajes, coreografías y canciones convocan a todo el pueblo correntino durante todo el año. Luego formarán parte de las comparsas.
Aquí, un grupo de bailarines masculinos lleva el mestizo traje de gaucho, con algunos adornos aborígenes.
Detalles de los trajes y tocados donde se observa el trabajo manual exquisito del bordado, así como los motivos barrocos que mezclados con los materiales y técnicas de los aborígenes, son de estilo barroco americano.
Como si supieran que la disposición y colorido de las plumas las transforma en pájaros, estas mujeres exhiben orgullosas su porte ¡como si nada de lo que llevan puesto les pesara!
Podemos ver que igual que en la naturaleza, en la fantasía humana que diseña estos trajes la variedad de formas y colores es infinita.
Elijo, para despedirme lenta y dulcemente de tan hermosos carnavales, algunas escenas de esta fiesta fantástica y popular.
Barroca-americana en sus floripones, pedrería y plumas.
Más rulos, volutas, piedras, plumas.
¡Oh, barroquísima!
Después de esta pequeña muestra de un gran carnaval, ¿acaso quedaron con sus bocas tan abiertas como yo?
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