Emplazado entre Avenida del Libertador General San Martín, las calles Cavia, Tagle y las vías del tren, unos metros más allá está el río. A principios del siglo XX Buenos Aires era el gran puerto agroexportador de Argentina y los ricos hacendados tenían "la vaca atada".
Esta curiosa expresión que todavía se usa para referirse a quien no tiene que hacerse ningún problema por su subsistencia, proviene de aquellos años, cuando París estaba plagada de adinerados argentinos que llevaban en la bodega del barco su propia vaca, para no extrañar la leche de sus desayunos pampeanos durante sus largas estadías europeas.
Pues bien, Palermo Chico o Barrio Parque
fué diseñado por el paisajista Carlos Thays en 1912 como reducto exclusivo de la clase alta y así funciona aún hoy a un costado de la explanada que bordea Avenida del Libertador, ese gran espacio parquizado con especies nativas que inspiró a Le Courboisier para diseñar una ciudad con paisaje -de esa idea nacieron las casas elevadas sobre pilotes que hicieron historia en la arquitectura del siglo XX-.
Vista aérea de la Avenida del Libertador: de sureste a noreste bordea las orillas del Río de La Plata. Este es el lado oeste de la avenida. Enfrente, al este, los parques y Palermo Chico.
La margen Este de la Avenida en otoño, cuando la caída de las hojas permite apreciar mejor su arquitectura: es el límite del Barrio Parque con el resto de la ciudad. Se le llamaba Grand Bourg, y es sin dudas la evidencia más concreta y permanente del fanatismo de la clase alta porteña de aquella época por la cultura francesa.
Las calles de Palermo Chico son bellas y tranquilas, quizás demasiado, e invitan a caminarlo: allí, pese a su cercanía con el centro de Buenos Aires, se escuchan los pájaros y se huelen las flores.
Sus arboledas maravillosas techan un laberinto de amplias y cortas calles enredadas que permiten descubrir a cada curva mansiones impensadas.
La calidad y belleza de sus casas ha sido salvada varias veces de la demolición, por lo que el barrio ya alberga unos cuantos museos: el José Hernandez, de Arte Popular, el Museo de Arte Decorativo, el Metropolitano, de pintura contemporánea, el novísimo MALBA o museo de arte latinoamericano. También hay embajadas y por supuesto, viviendas de ricos y famosos.
El
MALBA , sobre la explanada de la Avenida del Libertador presenta un llamativo contraste, ya que es una de las pocas construcciones contemporáneas del barrio.
Escondido en el laberinto se avisora el lindísmo edificio del Palacio Anchorena,
hoy
Museo Metropolitano.
Se entra por las antiguas cocheras, donde funciona un encantador bar y restaurante.
sobre la margen Este de Avenida del Libertador.
Palacio Errazúriz
Allí cerquita, el Palacio Errazúriz y Alvear, hoy
Museo de Arte Decorativo, obra diseñada y dirigida por el academicista francés Sergent. Se inauguró en 1917, aunque él jamás pisó Buenos Aires.
La fuente del jardín junto a la entrada para coches frontal del edificio, donde funciona una pequeña y declicada confitería desde cuyo piso alto se tomó esta fotografía.
La casa de Torquist, diseñada por el arquitecto argentino Alejandro Bustillo en 1928, quien manejaba a la perfección las proporciones estilo clásico francés, hoy es la Embajada de Bélgica.
La Embajada de España.
Villa Ocampo, primera casa de estilo racionalista de Buenos Aires, de la famosísima mecenas de las letras y escritora Victoria Ocampo.
Mujer poderosa y sin prejuicios, ella encargó al arquitecto Alejandro Bustillo, en el mismo año que la Casa Torquist, una casa en el más vanguardista estilo europeo, y no sé si por obediencia a su influyente dueña o porque Bustillo odiaba este estilo tan "crudo", la casa es bastante poco feliz. Nada que ver con su agraciada vecina la Embajada de Bélgica.
Afrancesadísimo el barrio, aunque no faltan algunas mansiones estiloTudor, porque muchos de los ricos agroganaderos eran ( y quizás lo siguen siendo) anglófilos.
Los jardines del barrio son maravillas refrescantes para los sentidos.
Entrada por un sugerente vergel.
Un moderno jardín de papiros en el primer piso de esta residencia privada, Rafael Viñoly, 1997.
Es que la visita al barrio realmente se completa elevando la vista al cielo.
Y en la misma parada, a los pies, ¡este increíble portón de madera tallada!
Los detalles son los motivos que hacen del recorrido un paseo lento y amable que nos sorprende con su rancia de belleza en extinción.
Si tienen la oportunidad, háganlo. ¡Quizás sientan como yo que por un rato están en otro mundo!