Rescatemos la causa: ¿que la palabra "tocador" da para el doble sentido? ¡Por supuesto!
Mucho antes que la mujer tuviera derechos reconocidos legalmente, y todavía custodiada por su padre, su hermano o su esposo, el tocador fue quizás el único espacio ganado y merecedor de un mueble socialmente aceptado para ella. Primera propiedad exclusivamente femenina, en él la mujer pudo aislarse para su aseo, vestirse, maquillarse, peinarse, acicalarse, depilarse, mirarse al espejo y volverse a mirar una y otra vez. Con seguridad el tocador fue consuelo y sustituto de muchos de los placeres prohibidos a ellas y a al mismo tiempo, contenedor y espejo de su naciente conciencia de gozar y de ser.
El espejo, los artículos personales e íntimos, los cajoncitos para el almacenamiento de cosméticos y accesorios, junto a la posibilidad de ocultar recuerdos y objetos de valor, convierten al tocador en un mueble que facilitó la tarea de identificarse con la propia imagen y de reflexionar sobre sí misma.
¡Quien hubiera soñado que ese espacio destinado a la mujer-objeto de goce de los otros sería generador de privacidad, auto reconocimiento e independencia!
En sus comienzos, el tocador fue una habitación destinada al baño y acicalamiento familiar (s.XVIII ). Paulatinamente fue apropiandose de ella la mujer y podría decirse que fue el único espacio doméstico y privado que nadie le disputó. Pero fue el siglo XVIII, coincidiendo con el refinamiento y la sofisticación de las pelucas (tocado), los maquillajes y la vestimenta, el que marcó el auge de este mueble femenino que se convirtió en un importante elemento ornamental y llegó a formar parte de la dote.
El tocador alcanzó su esplendor en la Francia del siglo XIX con el advenimiento del estilo "Imperio". Gracias a la vanidad de las mujeres de clase alta, en ese momento de apogeo se convierte en una rica mesa de ebanistería hecha por encargo, dotada de cajones con llave y cajoncitos ocultos y trucados, espejo rebatible y taburete.Vemos por ejemplo, la riqueza de su construcción en el tocador que se mandó a hacer para Mme. Pompadour, quien fue sinónimo del estilo rococó.
Las modificaciones sucesivas muestran el desplazamiento del significado del tocador desde ese espacio donde la familia se aseaba y emprolijaba, hacia aquel exclusivo donde la mujer pudo reconocerse, individualizarse, valorarse, embellecerse, ocultar o potenciar secretos del cuerpo, del placer y del amor que jamás había sospechado.
Tal vez por eso lo habita un micromundo de objetos y misterios que abarcan intimidades del cuerpo y el alma femeninos: para su belleza, autocuidados y salud, pero también para sus sentimientos, dolores y anhelos más intensos.
Encontramos todo ello expresado en una multiplicidad de preciosos objetos de deseo, como cajas, frasquitos y contenedores, peines, pinzas, adornos, joyas, ceñidores, hebillas, ganchos, postizos, ungüentos, cremas, pinceles, polvos delicados de colores y sus cisnes, esmaltes, bijouterie, miniretratos, porcelanas, espejitos, pañuelos bordados, guantes, carteras y todo tipo de adminículos.
El siglo XX y la democratización de ciertas conquistas femeninas generaron una imagen más pública de la mujer y de este ícono indiscutible de su femineidad. Muchos retratos muestran a actrices en su tocador, igual que muchas revistas femeninas se dedicaron y continuan difundiendo los "secretos" de las más bellas.
Aquí vemos a Jean Harlow (1911-1937) posando junto a un tocador y sosteniendo un teléfono blanco, símbolo de clase y conexión con el mundo social propio de una diva de principios del 1900.
Abajo, un tocador de fines del siglo XX, en cuyos objetos podemos reconocer la división y permanente confluencia de necesidades de la vida afectiva y laboral en la actual cotidianeidad femenina.
Mucho antes que la mujer tuviera derechos reconocidos legalmente, y todavía custodiada por su padre, su hermano o su esposo, el tocador fue quizás el único espacio ganado y merecedor de un mueble socialmente aceptado para ella. Primera propiedad exclusivamente femenina, en él la mujer pudo aislarse para su aseo, vestirse, maquillarse, peinarse, acicalarse, depilarse, mirarse al espejo y volverse a mirar una y otra vez. Con seguridad el tocador fue consuelo y sustituto de muchos de los placeres prohibidos a ellas y a al mismo tiempo, contenedor y espejo de su naciente conciencia de gozar y de ser.
¡Quien hubiera soñado que ese espacio destinado a la mujer-objeto de goce de los otros sería generador de privacidad, auto reconocimiento e independencia!
En sus comienzos, el tocador fue una habitación destinada al baño y acicalamiento familiar (s.XVIII ). Paulatinamente fue apropiandose de ella la mujer y podría decirse que fue el único espacio doméstico y privado que nadie le disputó. Pero fue el siglo XVIII, coincidiendo con el refinamiento y la sofisticación de las pelucas (tocado), los maquillajes y la vestimenta, el que marcó el auge de este mueble femenino que se convirtió en un importante elemento ornamental y llegó a formar parte de la dote.
Tal vez por eso lo habita un micromundo de objetos y misterios que abarcan intimidades del cuerpo y el alma femeninos: para su belleza, autocuidados y salud, pero también para sus sentimientos, dolores y anhelos más intensos.
El siglo XX y la democratización de ciertas conquistas femeninas generaron una imagen más pública de la mujer y de este ícono indiscutible de su femineidad. Muchos retratos muestran a actrices en su tocador, igual que muchas revistas femeninas se dedicaron y continuan difundiendo los "secretos" de las más bellas.
Abajo, un tocador de fines del siglo XX, en cuyos objetos podemos reconocer la división y permanente confluencia de necesidades de la vida afectiva y laboral en la actual cotidianeidad femenina.
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