viernes, 2 de septiembre de 2011

Glamour para todas, ¡viva CHANEL!

La historia parece de Perogrullo pero ocurrió en la Europa de entre guerras. Apenas salida de la adolescencia, del orfelinato, Gabrielle Chanel se tenía a sí misma, con sus dos manos y algunos conocimientos de costura impartidos por las monjas. Comenzó a hacer sombreros y al poco tiempo sus clientas eran las más adineradas. Por necesidad, por instinto y quizás porque sabía lo que era estar desamparada, fue inventando una moda acorde a las nuevas necesidades sociales de sus congéneres: mujeres que de buenas a primeras y casi sin pensarlo salían del claustro doméstico a trabajar, a reparar motores y fábricas porque los hombres o no habían vuelto de la guerra o iban de nuevo hacia ella.
Cocó les dió las alas que necesitaban: las liberó de la ropa ajustada, les puso lo que había de cómodo en el ropero, camisa, traje sastre, pantalones... dejó sus manos libres colgando sus carteras a los hombros, y por sobre todo, las hizo sentir bellas y seguras.
Gabrielle Chanel, la huerfanita que mendigaba cariño, la última entre todas, en vez de legitimar la pobreza y la dependencia, puso sobre esas ropas masculinas y económicas las joyas que ellas jamás habían soñado.
Brillantes, elegantes, principescas, legitimó sus perlas falsas y cadenas doradas y con poco las vistió de alta moda. La "bijouterie" de Cocó completó un atuendo por demás sencillo e incoloro y democratizó la aristocracia, colocando a las mujeres en el mejor lugar: ahora todas eran tan femeninas como siempre pero sorprendentemente poderosas.

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